Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y
como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo
tal y como relumbra en el instante de un peligro (…). El peligro
amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo
reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser
instrumento de la clase dominante.
Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia (Tesis 6)
¿Cómo representar el acontecimiento del plebiscito del 5 de octubre de 1988? ¿Cómo narrar el triunfo de la opción No (a la continuidad de Pinochet en el poder)? ¿Cómo “articular históricamente [ese] pasado”?
La película de Larraín no hace sino ilustrar la imposibilidad de conocer el pasado “tal y como verdaderamente ha sido” como nos advierte Benjamin en sus Tesis de filosofía de la historia. Sin embargo, no podemos decir que se “[adueñe] de un recuerdo” de manera tal de lograr eludir el “peligro” de “prestarse a ser instrumento de la clase dominante” que, según Benjamin, acecharía a toda articulación histórica del pasado.
Resulta evidente que no toda
“articulación histórica del pasado” responde al interés en no
“prestarse a ser instrumento de la clase dominante”. Esto último
solo es visto como “peligro” por quienes están comprometidos, en
el presente, con los muchas veces vencidos y por ende desaparecidos
de la Historia. Estos son los que, para seguir con la terminología
de Benjamin, se aproximan al pasado para hacer “saltar el continuum
de la historia”, iluminando zonas de ese pasado que permitan
reconocer las posibilidades “revolucionarias” contenidas en el
presente. La historia, insisto, para quienes se identifican con los
vencidos, no es una lineal sucesión de hechos ocurridos en un
“tiempo homogéneo y vacío” sino un acontecer de “tiempo-ahora”
(un tiempo pasado que se funde con el presente, un pasado que, por
decirlo de alguna manera, irrumpe en el presente—saltando del
continuum de la historia--, animando a los vencidos de hoy a retomar
la lucha ahí donde sus predecesores fueron derrotados). De esta
manera, la derrota del pasado se vuelve motor de las luchas del
presente.
¿Constituye la narrativa del pasado
que se articula en la película de Larraín una “interrupción del
continuum de la historia”? ¿Ilumina acaso las potencialidades
revolucionarias del presente? Por supuesto que no. ¿Por qué habría
de hacerlo? ¿Elude con éxito el “peligro” de “prestarse a ser
instrumento de la clase dominante”? Tampoco. Pero es evidente que
ese “peligro” nunca estuvo en las preocupaciones de sus creadores
y productores, y esto es así porque estos adoptaron la perspectiva
de los “vencedores”. Haber adoptado esta perspectiva no es la
consecuencia “natural” de un a priori dado por la
biografía del director o de sus colaboradores. No se trata de eso.
No se necesita haber nacido en cuna de derecha para adoptar la
perspectiva de los vencedores. Le puede pasar a cualquiera.
Nos damos cuenta, entonces, de que lo
que falta es la “visión de los vencidos”.
Los vencidos, que nadie se confunda, no
son los partidarios del Sí.
Los “vencidos” son los que creyeron
(o quisieron creer aun cuando hubiera muchas señas de que esto no
era así) que derrocaban (con un lápiz) a una dictadura y que con
ello, en el corto plazo, se desmantelaría su modelo económico y su
institucionalidad. Los que deseaban que la “vuelta a la democracia”
conllevara una profundización de ésta. Los que creyeron que habría
condiciones favorables para la realización de grandes cambios
culturales. Los que pensaron que el movimiento social articulado en
torno al No, las organizaciones populares y los movimientos sociales,
culturales y políticos que se gestaron durante la dictadura
continuaría desarrollándose en las nuevas condiciones democráticas
y se constituirían en un actor decisivo en el diseño de la
transición.
Nada de este trasfondo de “vencidos”
aparece en la película de Larraín (y si aparece alguien que pudiera
relacionarse con ese trasfondo, lo hace solo para recordarnos su
carácter de “vencido”—la Agrupación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos, el político que se retira indignado al ver
la propuesta de publicidad de la Franja del No, la ex pareja del
publicista que protagoniza la película, quienquiera que hayan sido
los creadores de una propuesta anterior a la del publicista-jovencito
de la película, centrada en la denuncia y con música de
Inti-Illimani de fondo; todos un poco ridículos, desubicados,
anclados en el pasado, equivocados.
¿Significa esto que la película del
No constituye un
“desvío de la verdad histórica” como ha señalado
Raquel Olea o “una total tergiversación histórica", como ha
sostenido Manuel A. Garretón? No necesariamente. Lo que sí ocurre
es que “articula el pasado histórico” de manera tal que ese
momento de movilización y organización popular, que también
existió, no se constituye en “tiempo-ahora” del que podrían
apropiarse para utilizarlo a su favor, por ejemplo, el movimiento
estudiantil, las movilizaciones ciudadanas de regiones y otras
expresiones afines del presente: “Así la antigua Roma fue para
Robespierre un pasado cargado de «tiempo - ahora» que él hacía
saltar del continuum de la historia. La Revolución francesa se
entendió a sí misma como una Roma que retorna”, propone Benjamin
en las ya citadas Tesis filosóficas sobre la historia.
No se trata, entonces, de discutir
acerca de qué fue más importante para alcanzar el triunfo de la
opción No en el plebiscito: una campaña publicitaria o “el peso
de la lucha de un pueblo” (R. Olea). Tampoco tendría sentido
reprocharle a la película sus “omisiones” o supuestas
“tergiversaciones”. Cualquier película que se haga sobre el
pasado histórico omitirá (y, al hacerlo, en cierto modo,
tergiversará). La diferencia radicará en a favor de quien lo hace.
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